establo con todos sus caballos
dormidos, una vaga mano empeñada en
quitar de los rincones azules insectos que
mascullaban algoritmos para
quedarse con todo: no les bastaba la
sombra de la sombra del hombre que se
parecía al hombre que se parecía al
hombre que poco tenía que ver conmigo;
Dios y los cerdos, Pantagruel y el río,
el lluvioso fideicomiso del artrópodo que
cubrió los senos penosos de una
pequeña mujer antediluviana: pero cómo si
no era la memoria otra cosa que
un manojo de pelos atorando la garganta de
las deidades nocturnas; los cerdos y el
mondongo, la luz tambaleante de una
cuna. bebe su cicuta el hombre que se parecía al
hombre que se parecía al hombre que
se parecía a la mujer sin establo, sin
páramos, sin tótem, doblar el nervio del
tiempo, cenar con los ojos cerrados/
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