gustamos de dormir sobre incómodos camastros
sobre hojas espinosas
y amanecer y como si nos despiojásemos
quitarnos mutuamente las espinas.
y cada día cuando al fin la calma nos precede
y podemos respirar sin arenosos juncos en la boca
y el sol se proclama en amistad con nosotros
entonces volvemos, con obstinada miseria,
sobre los mismos errores.
y una y otra vez arrodillados pedimos clemencia
y una y otra vez obtenida orinamos a carcajadas
la efigie del santo que nos cuida/
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