desciende del subte en Plaza Miserere.
sube los escalones marcando un número en su Motorola.
dos o tres perros olorosos lo siguen
le dicen cosas ¿los perros?
se da vuelta
no
no son perros
son nenes
tienen páginas amarillas en los ojos
de la nariz les cuelgan mocos de cemento
él no tiene la culpa
-yo no tengo la culpa, querido, es tu Dios fatigado-
los deja atrás
cruza la plaza
entra en la estación de trenes de Once
saca la Sube
la apoya sobre el visor electrónico
el empleado de voz introspectiva le
da su boleto,
sube al tren se sienta vuelve a marcar un número
los tonos se suceden nadie atiende del otro lado
rezonga, mira los rostros que van sentados
con sus grandes orejas colgando como piernas
con las frentes verdes apoyadas en los vidrios
mira pantalones roídos remeras agujereadas
cabellos duros ojos duros bocas desdentadas,
él no tiene la culpa -es tu Dios que está dormido-
el tren gana velocidad,
allí fuera el paisaje permanece intacto, mira
el sol, cierra los ojos, imagina que una voz
atiende el teléfono/

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