terribles son las olas que rugen en la noche.
no hay mar cercano
ni viento que trote
entonces cómo rugen olas que llegan a aterrarnos
cómo somos devorados por un mar inexistente
cuando el pez negro, como un negro paraguas,
digo, cuando el pez negro no es una metáfora
y está allí, de pie, junto a la puerta de la habitación
cruzado de brazos, exhalando el humo de un cigarro
cuando el pez negro nos mira irónico y soberbio
y nos dice "pasá, vení, acostate, a ver si podés dormir"
uno sabe de antemano que esa noche no se dormirá
que las olas que rugen en la noche serán terribles
que un barco nos devorará las entrañas y qué
alegría, al menos, saber que habrá un día
un día que hoy parece imposible y distante como la luna
qué alegría, digo, saber que hay un día existente en
la longitud infinita de los días en que las olas ya no rugirán
en que el pez negro que fuma acodado a la entrada de
la habitación ya no estará y entraré cansado de la
diaria fatiga, y cerraré los ojos y una mano, otra mano,
tomará mi mano y dormiré tranquilo
y esa mano dormirá conmigo y ya no habrá mar que muerda/

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