oprimes, entre tus dedos, la cabeza gris del amor
lo observas respirar agitadamente, levar el rostro
clavar en vos su mirada de conejo pequeño,
y no haces sino malgastar el alambre y la centolla
en los abrevaderos ruinosos de la alegría
que por un motivo u otro, están al alcance de tu mano;
ese atardecer caluroso, esa noche pegada a la lluvia,
tal vez un montículo de dolor te toque o te disipe
mientras un ojo del futuro vigila todos tus movimientos;
la cabeza gris del amor allí entre tus dedos
con orejas de conejo, la aprietas y una sola sílaba
se desangra manchando el vértice donde la memoria
se empeña en olvidar tus manos, la cadera, esa espalda
la noche va haciéndote invisible como un pez en el aire/

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