ya no voy a amar mi cama
ni mis paredes
ni los libros ordenados alfabéticamente
en las bibliotecas que amuré para que
ninguna mano la estropee dejándose llevar 
por la torpeza
no amaré el grano de azúcar
ni la pereza gris de la calle a la hora del trapecio
ya no voy a amar la chispa
ni el carbón
ni el color de las bicicletas apoyadas en los árboles
ni los árboles
ni los bancos de piedra del parque municipal
ya no voy a amar una mínima gota de agua
ni el capuchón de una lapicera
ni la ceniza augusta de un cigarro en la ventana
nada, ya no amaré un segundo nada
que no traiga, al menos, uno o dos motivos de vos
algún colorcito tuyo, no sé, digo
alguna hamaca/ 

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