había ciertas palabras que la ganaban definitivamente.
si uno sabía con tangencial prudencia dónde y
cuándo dejarlas caer
como perlas extrañas
entre dos signos lingüísticos que le hicieran de médico,
de ayudante de brujo, de personaje histriónico y rebelde,
palabras como cerdo o máquina, porque no
importaba en sí misma sino más allá del lenguaje,
como si pudiera hincar unos colmillos que solo
existieran para esa única estación, para ese
íntimo nudo virginal en que su sombra retorcía al
fin todos los velones que chantajeaban el día, había
ciertas palabras que si uno las movía como alfiles,
ella abría los ojos y dejaba en el aire helicópteros de
fuego/

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