mi viejo dejó
por toda herencia
una copa de bronce
y una taba.
la copa la encontró en un túnel
a mitad de siglo pasado,
jugando a las escondidas.
al lado de la copa
había una espada.
la espada se la regaló a su padrino.
la copa la conservó hasta una tarde de frío
cuando me dijo
"es tuya,
cuidala"
tiene una inscripción "Palais d´ Orsay"
parece que Napoleón I mandó construir el lugar.
eso al menos dice la enciclopedia.
por qué debería cuidar yo esa copa? me preguntaba.
y la taba, bueno, la taba es otra historia.
yo la codicié de muy chico
cuando siquiera sabía cómo se pronunciaba.
estaba siempre en el mueble de la cocina.
un mueble que mi viejo hizo con sus propias manos,
con maderas, clavos, tornillos
y una buena docena de puteadas.
tiene en su cara más visible un gaucho
de pie
con una mano en un bolsillo
y la otra extendida, sosteniendo no sé qué,
el tiempo tampoco pasó en vano para la taba.
ahora están acá
al lado mío.
"es tuya (la copa) cuidala"
podés creer, viejo, que recién ahora comprendo
tardía y cabalmente tus palabras:
cuando armamos aquel metegol en el patio de Ramos Mejía
en la casa de la Nona,
esa copa ofició de Copa de campeones y yo te la gané,
si mal no recuerdo, por penales.
es mía, viejo. claro que es mía.
y fijate cómo una cosa lleva a la otra.
recién ahora comprendo
tardíamente y con una sonrisa en la boca
que me dejaste ganar,
que tu arquero no adivinaba nunca el palo donde iba la pelota.
el resto sería terreno para la poesía.
me quedo con esto.
y levanto la copa
y escucho tu aplauso.
me aplaudiste, Pochi, esa noche
cuando te gané por penales/
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