sentado en la escollera
contemplo el río.

a lo lejos unos pájaros
liman el hierro del crepúsculo.

un silencio ulterior a los planetas
acaricia el lomo del río y se desgrana.

aquí no hay nadie, soy el único testigo,
y abro mis ojos a este sur americano:

una nueva lengua, tal vez apócrifa,
hunde sus raíces en mi alma.

para que nazca la poesía
he venido a asesinar mis criaturas:

buscar la forma invertebrada del verbo
hallar un nuevo génesis en la carne humana.

describen la inocencia del olvido
esas piedras insepultas sobre la tierra.

ah, y las ensangrentadas nubes
dejan caries en el búfalo cielo!

el río, como un vino añejo y liberado,
concibe en su quietud animales bermejos.

cuánto apetito han de tener
aquellos barcos que devoran el horizonte.

el río, como una vaca lisonjera,
muge bajo mis pies que están borrachos de frío.

es hora, me digo, de volver a casa,
sentado en la escollera, contemplé el río.





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