si el signo lingüístico estuviera a la altura de las circunstancias
uno no debería andar boquiabierto 
pero resulta que los adverbios los pronombres y
demás albaceas de nuestra lengua se mal comportan
se desarman en la boca como terrones de azúcar
entonces uno quiere decir una cosa y le sale otra
en lugar de paraguas dice madre
donde irían los verbos uno pone las piernas
y se nos resfrían las amigdalinas de pronunciar tanto silencio
si el signo lingüístico fuera un perro
obediente y tierno
cuánto poeta hubiera evitado el exilio
cuánta mariposa hubiese encontrado el sustantivo correcto/ 

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