en Ramos Mejía
la hora de la siesta
era la hora en que mi padre
se llevaba a la cama
su largo cuerpo destinado al cáncer
nadie lo sabía
ni yo mismo lo sabía
cuando a la hora de la siesta en Ramos Mejía
salíamos con Orlando
mi amigo boliviano
a patear una pelota contra los paredones de
la casa de enfrente
o a comprar los caramelos Lipo
que si te los tragabas
te quedaba ardiendo la garganta
toda la adolescencia
todavía estaban de pie ciertas estatuas
en Ramos Mejía había una feria
donde vendían frutas verduras carnes
allí la Nona me compró una tortuga
mi primera y única tortuga
que
no sé de qué se escapó una tarde
mientras yo estaba en la escuela
a la hora de la siesta
en Ramos Mejía
pasaba un hombre arrastrando un carro
con la mirada triste
a veces pienso
sin intención poética alguna
que ese hombre era una especie de Dios/

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