ella arrojaba las cáscaras de mandarina sobre la vereda.
andaba en ojotas violetas, vestidito del verde agua
un exorcismo en la espalda y una vocal a la altura de los ojos
eran sus miradas lentos los paisajes, su boca una luna nueva,
no hablaba demasiado y si lo hacía
a uno le daba ganas de limpiar el hollín de los semáforos
o de lavarse las manos con la oreja de un conejo
o de besar locamente las patitas traseras de una tortuga,
a veces una semilla le quedaba en la comisura de la boca
y era necesario que un helicóptero pasara bajito
espantando sombras para que el propio esqueleto
volviera del asombro a apoyarse en
los marcos adyacentes con que la realidad cepilla las hojas,
sus pies tenían la cosa pequeña de la palabra lechuga
y si quedaba desnuda por ese azar de las noches nuevas
se venían rodando todas las mandarinas del mundo bajo
nuestra cama, el amor era una verdulería de besos y
era en verdad previsible la lluvia o el mar tocando la tierra/

No hay comentarios:

Publicar un comentario