cada mano preguntaba 
o llamaba 
a otra mano
salvo la mano que llovía o que bajaba
salvo esa mano que asfixiaba de puro otoño el 
encanto de mirarnos al espejo,
no todas las manos se toman de las manos
hay algunas que estando encimadas
penetradas
acuchilladas una en la otra se quedan como si
no tuvieran huesos, como si tal cosa la certeza,
preguntaba por otra mano y nadie la había visto
se quedaba en el apoya-brazos
o quietecita sobre una piedra oyendo el sol
luego tocó esa mano otra mano de idéntico rostro
ni qué decir tuvo el amor que abrió la boca
y en lugar de palabras
echaron veinticinco o veintimil gorriones al aire:
las plazas se llenaron de cielos/

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