no se trataría de dejar la marca del agua
crecer desde la noche infalible hasta nuestras manos
y medirnos luego con los peores desdichados, esos
que pagan sus miserias en los calabozos, esos
que se pasean con la mano extendida mendigando pájaros
pidiendo por favor una mirada que los ayude a comprarse
un pronombre personal que los saque
violenta pero dulcemente del anonimato en que las calles
con sus vidrieras apelmazadas de biyuterís y de perfumes
que salen más caros que sus propios y llovidos huesos,
no se trataría de contarnos los moretones
o las rotas costillas
o la cantidad de veces que debimos decir
sí señor mande usté
porque la panza crujía, el techo se desmoronaba, la
madre andaba enferma y la pucha que son caros los remedios
o de medirnos el derecho a la pereza o a la alegría
por el cuentagotas atolondrado y mal habido
del reloj que cuelga en la frente del Dueño de todo,
no se trataría de otra cosa que de sentarnos a la misma mesa
y partir el queso y partir el pan y darnos besos de vino
y ser los bienqueridos, que de otra manera el amor
es una máquina boba que arroja
peces de goma al mar/

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