podíamos buscarnos el día entero
y nunca dábamos con la dirección exacta del otro/
y eso que nuestra casa no era más grande que un durazno.
a veces me hablaba en otras lenguas
y yo decía que sí con la cabeza
porque me daba vergüenza ese analfabetismo cotidiano/
y ella creía que yo no me daba cuenta
cuando le dejaba un pájaro colgado de la ventana
y ella pasaba y le arrancaba tres plumas
que se iba masticando a escondidas/
podíamos estar uno tan encima del otro
que al final del día no sabíamos con quién
habíamos malgastado las cuerdas del cucú/
a veces mi mirada era tan acuosa que la ahogaba
y cierta vez si no fuera por tener a mano un alicate
hubiese yo muerto de asfixia bajo su pierna derecha/
a veces era tan pequeña que me cabía en la mano
y a veces era tan giganta que me llevaba en su oreja
podíamos tocar, como quien dice,
el cielo con los pies
y con las manos  la tierra/ no teníamos nada
apenas un atado de benson y un boleto a Ituzaingó
y sé que nunca fue
lo suficientemente feliz comiendo de mi boca
y ella sabe que nunca conservo en la memoria
ni un instante siquiera del tiempo que nos tocó vivir/


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