que no nos asuste la vida
que el mar no sea un monstruo
que de pronto nos toque la nariz
para amedrentarnos el alma
no le temamos a las heladerías
ni a las plazas
ni a la mujer que sonríe al mirarnos
porque somos bellos como un libro
porque somos buenos aunque hagamos macanas
porque en veinte siglos
a decir verdad
en unos leves lustros
nadie recordará que lloraste
o que amaste desde los huesos hasta los pies
o que hiciste una fila interminable en el cajero del banco
nuestros nombres serán olvidados
no habrá enciclopedias para nosotros
ni juicios finales
ni postales de retiro voluntario
ni una corona de orquídeas sobre la memoria final
somos los hombres cotidianos
los que descendemos de los autobuses
camino a casa
con un boleto arrugado en el bolsillo
con una bolsa de pan bajo el brazo
somos los inmortales
los que vivimos el día
los que soñamos la noche
los cotidianos entes de la palabra
de la caricia
llevamos adelante la empresa más ardua
y más hermosa posible
mirame las manos
mis antepasados gritan en ellas
los hijos de los hijos que no tendré
también los peces y los pájaros
tenemos el cuerpo sacudido por bosques
si encienden una linterna en nuestras vísceras
allí se gesta aún el pasado y el futuro
amo la vida y amo el amor
y amo a todas las mujeres cotidianas
que aman a todos los hombres cotidianos
acaso los que fui o habré de ser
tal vez en mi lengua esté amamantándose
un  nuevo universo, el mismo/

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