el sol era una especie de circunstancia.
había que salir de los bares
antes que amanezca.
las mujeres podían sentir en sus brezales
la transpiración de los hipocampos
la tenue y transparente semilla
de una estrella de mar.
debemos librarnos de estos rostros que
le dicen a los familiares quiénes somos
de dónde venimos
hacia dónde.
entonces algún amigo casual nos tiraba
cerca de casa
o nos dejaba en la parada del colectivo
y el frío de lo potencial matutino
arengaba las carnes que gritaban por
una cama decente
sin pulgas
sin osos que quisiesen contarnos sus tristezas.
cuando conseguíamos cerrar los ojos
sentíamos que un ángel se dejaba tocar los talones.
eso era bueno entonces, lo era.
cuando los primeros trompetazos del sol
ya éramos niños mimados por la mirada materna.
y la calle era
una cosmogonía de taxis
que aullaban a la luna/

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