ya no podemos entrar en ciertos lugares
fueron nuestros esos espacios
hoy pertenecen a los grillos y al silencio
a la jactanciosa resonancia de la risa,
nos quedamos un poco de la barba de Dios en las manos
a veces, para no olvidarnos del cielo,
dejamos esos pelos sobre la mesa y los miramos
y nos parece mentira que Dios haya sido nuestro;
en la memoria un perro rabioso que te extraña
en el alma una sonrisa con los dedos rotos;
la baba del otoño en el paisaje sin luna.
un caballo en bicicleta grita tu nombre y escapa.
la noche se suena la nariz y nos aplaude/

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