esa mujer había sido culpada injustamente de secar el mar.
desiertos inabarcables se adjuntaron para siempre a los continentes.
tierras desconocidas afloraron, pero claro
la sentenciaron a trabajos forzados por la innumerable cantidad
de peces que se quedaron chapoteando en la arena
de cara al sol.

la asociación protectora de almejas le hizo un escrache público.
fuese donde fuese era vituperada y zamarreada:
los salvavidas la odiaban porque los dejó sin trabajo
los poetas la odiaban porque los dejó sin musa marina
ni qué hablar los pescadores y los dueños de las pescaderías
pedían, al unísono, su cabeza.

esa mujer fue injustamente acusada de secar el mar.
los astilleros cerraron y se pusieron en marcha los obreros
con pancartas que tenían la efigie de la irresponsable a quien
se le había dado
de buenas a primeras
secar el mar.

las algas marinas
los barcos turistas
los buzos
todos la miraban con ojos de verdugos despiadados.

entonces ella, que era inocente como la madre maría,
se acostó sobre el desierto arenoso donde antaño las olas zurcían
sus mariposas de sal y almendra
y se mordió las venas y entonce sí
los mares volvieron a manosear la tierra
y un hombre desconocido tomó una piedra
y la arrojó, sonriendo al parecer sin motivo, al medio del mar/





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