el poeta merecería gozar de ciertas licencias.
no solo de esas llamadas licencias poéticas
que le permiten destrozar la lengua castellana
o, cuanto menos, desactivarle ciertas leyes;
sino otro tipo de licencias
ya que el poeta, si bien no es un genio ni un iluminado,
(es más, suele su coeficiente intelectual estar a la medida
de ciertas peces de aguas cálidas) tiene sobre sí
la tragedia de la lluvia, el llanto del barro, la
idiosincrasia burlona de las despedidas, el orangután siniestro
que gira las manecillas de los relojes del mundo.
entonces el poeta debiese gozar de ciertas licencias
como poder comer con los pies sobre la mesa
llegar considerablemente tarde a todos sus quehaceres
zaherir el ala multiforme de ciertos heliotropos
amar una mujer como si de ello dependiera la
luz de todos los veladores de los niños del mundo que
llorarían a boca de jarro si debiesen dormir a oscuras/

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