a veces somos tan vacíos como fábricas abandonadas
nada nos llena, no nos complace nada,
miramos el dolor propio o ajeno del mismo modo
que miramos en una revista viejas fotografías de cantantes,

a veces estamos en esto o en aquello o en ninguna parte.

salimos a la calle y las cosas nos resultan imposibles:
una senda peatonal es la muerte vestida de insectos que
vibran
a la orilla del mundo
porque ciertas veces la mirada del otro, aunque ciego,
nos deja al borde de inmundos precipicios
de olorosas entrañas de los sueños que no alcanzaron a
abrirse.

a veces solo a veces el croar febril de las ranas
nos trae el recuerdo de la madre muerta
el aliento a colibrí del padre ausente
los días que, como maniquíes vivos pero descerebrados,
avanzan en tropel ante nuestra absorta mirada
de espectadores huidizos.

a veces el amor viene a patear los cables de los altoparlantes
por donde el miedo y el egoísmo nos hablan de la tierra prometida
pero eso dura un segundo
y luego el mundo vuelve a llenarse de grillos negros
y de roedores que pretenden nuestras caras.

a veces somos tan vacíos que damos pena
arrastramos nuestros huesos como cruces hechas de relojes
y ciertamente el mar nos mira con dulzura
como una hermana mayor a la que volvemos para que nos abrace

a veces el dolor propio o el ajeno es tan clavado y oscuro
que nos quedan las manos colmadas de abejas
de números
de burros que enferman de fiebre bajo nuestras camas
entonces pensamos en la niñez como el cielo que perdimos/

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