poesía para llevar en el bolsillo junto a un billete de 10 pesos ...

una poesía puede salvarnos de morir ahogados en nuestra propia saliva
claro que para eso hacen falta un par de cortinas color beige que hagan juego con las
colas de los gatos de los vecinos, en vez de tres bibliotecas podríamos tener un canario
o un jilguero o cualquier bicharraco que intente día y noche irse de nuestras vidas porque
extrañan el cielo o bien la amenaza constante de que un felino siniestro los devore y no
haría falta carbón ni un solo vagido de luna porque al estirar la pierna tocaríamos el vientre
rugoso y apremiado de la oscuridad comprendiendo de ese modo que es hora de hacer la
siesta larga, la siesta de los cocodrilos a orillas del almuerzo; hace años atrás, cuando era 
anciano, un par de niños se acercaron con manzanas y telescopios que agitaban con alegría
y me pidieron que se los sostuviera porque ellos debían subir al árbol más alto del Parque y
temían que un viento o un policía se los arrebatara o les diese con ellos en la boca por el solo
placer de saber si las sangres de ellos eran rojitas o anaranjaditas o verdes, como los lagartos
como los soles cuando son verdes, como las mujeres cuando son verdes, como los jugadores
de truco cuando son verdes; estámos en el siglo 21, no habrá una puerta por donde entren los
que quieran entregar su alma al diablo, ¡que ya tenemos bastante con los domadores de 
lágrimas, con las niñas que quieren cantarle villancicos a los muertos! oís la lluvia? ah, la lluvía!
oís la lluvia? madre, hermana, esposa, hija, mujer, abuela, doctora, partera, tía, suegra, miren
miren miren la lluvia de los días aciagos! qué bellos son los ojos de los que duermen en paz y
se sacuden de encima el yugo de la palabra y solo dicen ah, la lluvia! dame la mano, Chuchu, 
caminemos/

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