Juan Carlos ...

hay lluvia.
eso sería suficiente para Juan Carlos,
que intenta, en vano, olvidar a María.
ella entra como una lechuza hambrienta
por su boca
le devora la lengua
lo sostiene afásico 
cae con el peso, pesito, de su cuerpo pluma
al orbe indefinido de su estómago
bate allí las alas
y Juan Carlos respira el olor de María
que ya no es una mujer sino una Hebrea
una judía
una cristiana negra
una judía fosforescente
una gacela tibia
ella
lechuza hambrienta
le devora la bilis
sacude sus grises plumajes
y a él se le llena la sangre de plumas.
olvidar a María en la palabra
en la ciudad
en el perdido campo del Cuyo argentino.
hay lluvia, alcanzaría para secar su cuerpo trasandino
cierta vergüenza de ir a la cama apretando la cabeza
de una áspera rosa lo detiene
ella jamás, se repite, jamás se repetiría
ha quedado hueca como un párpado terrible
y se cierra y se abre tan justa y tan linda
que florecía apenas mancillada
que moría ni bien decía su nombre
al oído inmóvil de Juan Carlos/

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